Cada plenilunio, la viuda Ching liberaba la calavera de su difunto. Con un parche eclipsaba una cuenca, mientras rellenaba la otra con la luz de la luna. Sólo entonces sentía el júbilo de poseer todos los hilos de plata del universo, bajo la radiante mirada de su esposo.
Y la tercera; el tema era la piratería en el mar de China.
ResponderEliminarCuriosa historia la de Ching, la primera feminista dicen, que heredó el negocio de su marido.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye Oyasin
Me parece sentir -literalmente- ese amor.
ResponderEliminarNo conozco la historia a la que alude David, ¡cuanta ignorancia la mía!
Un abrazo, Ángeles.
Amor brujo.
ResponderEliminarUff, si las microjustas con combates de micros, seguro que no ves por allí, dios mío que nivel. Este me gusta por lo romántico.
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