Con la marea baja sale de su garita y se echa a caminar.
En silencio, sigue la línea de la orilla con la mirada puesta en sus pasos. Son
torpes, y a ratos se tambalea como si sus zapatos fueran un par de barcas
zarandeadas por el mar. En su gorra de capitán aún se ve la huella de un
bordado, unos hilos descosidos de lo que debió ser un ancla de oro. La brisa
los mueve y parece que lleve sobre la frente sargazos dorados. A la mar no la
mira, la conoce demasiado bien, y el horizonte no le devolverá a sus ahogados.
Cuando llega al otro extremo de la playa, se sienta en una roca y enciende su
pipa. Se le caen briznas de tabaco por la borda de sus manos, y tan apenas
acierta a envolver la cazoleta mientras prende el mechero. Así pasa las horas
hasta que la marea comienza a subir. Con un movimiento brusco, se arranca de la
roca y se recoloca la gorra dispuesto a regresar. Sólo entonces mira al
horizonte y, con mar picada en los ojos, da una orden al contramestre para
evitar el naufragio.
Muy hermoso, Ángeles.
ResponderEliminarLlevaba un tiempo sin leerte (a vos y a otros muchos talentosos amigos, ah, la falta de tiempo), ha sido un placer regresar a tu bitácora.
Un fuerte abrazo.
Bienvenida de nuevo Patricia, me alegra verte por estas playas.
EliminarBesos!
Que energía tiene tu fantasma. Genial.
ResponderEliminarUy... que yo no le he visto, pero bueno es lo que tienen la letras, son capaces de cobijar todo tipo de seres, incluidos los que se cuelan sin aviso.
EliminarUn abrazo
Precioso Angeles. Un relato con mucha fuerza y con una prosa bien medida que me ha atrapado hasta descubrir al fantasma.
ResponderEliminarUn besote.
Gracias Laura por venir y comentar, y lo dicho se me ha colado un fantasma :-)
EliminarAbrazos
Fuerza y garra en el relato, me gusto mecho.
ResponderEliminarUn abrazo.
Encantada de pasar por aquí. :)
gracias.