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viernes, 8 de marzo de 2013

Mano por boca



El hombre que ha perdido la boca decide implantarse una. Le enseñan, en la clínica, un muestrario. Las hay poliméricas, de silicona, de materiales pioneros como la cerámica superplástica, todos, eso sí, dotados con mecanismos que se injertan en los nervios de la cara para otorgar, en cada movimiento, la máxima naturalidad. Su mantenimiento es sencillo. Las de aire requieren un inflador y llevan, de regalo, un set de parches por si la presión introducida es superior a la que el material podría resistir; las de silicona, unas jeringas con las que ir reponiendo posibles pérdidas, como las producidas cuando se agrietan los labios en invierno, o las acontecidas por mordeduras en el envés del carillo. Las lenguas son todas de cerdo, como los dientes, los cuales llevan a parte el coste del dentista. El hombre insiste en que quiere algo natural, un trasplante de boca humana, así lo deja escrito en la libreta que guarda en el bolsillo de su americana. Escribe que está seguro que algún finado donó su boca para la ciencia y que él es un hombre de ciencia. De lo contrario, no se hubiera presentado voluntario para el estudio de la universidad sobre regeneración bucal. El comercial, nuevo en su puesto, se agobia y empieza a buscar, entre los archivadores abandonados por el comercial anterior, algo que satisfaga las expectativas del cliente; sabe que es su primera venta, y si no logra pasar la prueba lo echarán a la calle. Encuentra, mientras piensa en las mañanas perdidas en las colas de la oficina de desempleo, un archivador, esta vez sí, con bocas naturales. El hombre mira las fotos y se imagina cómo quedará con cada una de ellas. Hay una, en concreto, que le llama la atención y ya no puede seguir imaginándose con otra. Escribe que quiere esa boca. El comercial le dice que esa boca es justo la más cara y que aún no la han recibido, que los pedidos de ese archivador se hacen  por encargo; lo dice mientras lo lee de la solapa interior de la carpeta. Les costará unos días, tal vez un par de semanas, traerla hasta la clínica. Sigue leyendo y le endosa un formulario de encargo, donde debe adjuntar su foto (por posibles incompatibilidades estéticas) y datos como su nombre, teléfono, dirección y el código de la boca que desea, que lo encontrará al pie de la foto (el comercial no puede evitar reírse ante esta última frase, pues imagina una foto con un pie, que desea otro pie, cuyo código se encuentra, a su vez, al pie de otra foto.) Contento por su trámite, se levanta de la silla y estrecha la mano del hombre que ha perdido la boca. El comercial se queda prendado de la mano que ase la suya con confianza y ya no puede imaginarse con otra. Tampoco cree que pueda esperar unos días, tal vez un par de semanas.

11 comentarios:

  1. Tengo mente de psicópata, porque yo aquí ya veo gente despedazándose por partes de cuerpos que desean. Un tono más oscuro que el tuyo habitual, pero cuando se escribe así... da igual el tono.

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  2. Jeje será que hoy me duele la cabeza y, a ratos, no me importaría cortármela, de ahí mi lado oscuro; lo que ya no sé es si me implantaría una o me dejaría así, sin cabeza...

    Gracias por pasar Cyb. Abrazos

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  3. Acojonante!!! Me ha encantado.
    Besazos con mi boca

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  4. Lo primero. No vuelvo a dar la mano a ningún comercial. Ahora en serio. ¿Cómo eres capaz de enredarnos de esta manera? ¡Qué agobio! Lo cuentas de tal manera que, al final, parece normal que el hombre haya perdido la boca. Y lo de los pie de foto... sin palabras. Me encanta. Pero eso ya lo sabía antes de empezar a leer.
    Saludillos

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  5. Con la boca abierta me he quedado Ángeles...Me ha encantado.

    Besos desde el aire

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  6. Ay qué manera de caer "en tus manos", Ángeles. Me fuiste llevando como lector y hasta de lujito, una yapa con lo de pie de foto.
    Como bien dice Puck, tomamos con naturalidad que el hombre haya perdido su boca e intente un implante.
    Y pensar que por acá trabajar de comercial es lo peor que te puede pasar como empleado... este muchacho sí que le encontró la veta.
    Magnífico como siempre. Aprendo muchísimo leyéndote, Ángeles.
    Beso grande.

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  7. Qué miedo de cacharrería y tendero. Me ha gustado el enredo por el que nos has llevado, con rigor científico literario, para al final descubrirle las orejas al lobo. Jugar con fuego es lo que tiene.

    Gracias Ángeles. Abrazos

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  8. ¡Brillante, Ángeles! Creo que Puck acierta a distinguir el punto que hace brillar a este micro con una luz especial. Es sorprendente cómo todos acabamos asumiendo -con normalidad- la situación alógica que plantea la pieza. A partir de ahí, como lectores, estamos en tus manos y por eso acabamos -todos- asustados.

    Un aplauso admirado.

    Abrazos,

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  9. Madre mía, qué final, es de escalofrío frío. Pero, me pregunto, para qué querrá esa mano?, qué pensará hacer con ella?, no quiero ser mal pensado pero...

    Un abrazo, Ángeles.

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  10. Qué bueno, Ángeles! Espeluznante... Ahí, madre!

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