Esta historia le sucedió a Lucrecia Diezcampos, una muchacha medio poetisa y medio maga, después de dos sueños con Octavio Treasilla, un literato involucrado en la desparición de la letra “T”.
Lucrecita, así le llamaba su aya, doña Cleosilda del Montemuerto, una mujer aficionada a la astrología y otras yerbas, había ido al río a ver pasar los peces, cuando se quedó dormida en el Galacho de Andestás. Allí, sumida en un profundo sueño y medio devorada por los mosquitos trompetilla, soñó con Octavio. El contenido del sueño fue relatado días después a Cleosilda que puso punto y final a la desaparición de la letra “T”.
El relato de Lucrecita, que se expone a continuación, es de segundas bocas, pues nos lo contó su aya, una noche de confidencias desvariadas. Dice así:
Soñé que conocí a Octavio. Era un hombre de buena percha, movimientos suaves, y voz grave, que hablaba con la ternura de un ángel ganándose poco a poco mi corazón. Lo vi como el hombre más interesante de cuantos hube conocido en mi estrecho periplo hacia al amor, y siguiendo las pautas marcadas por las novelas románticas que devoraba sin cesar, le invité, como esas intrépidas enamoradas, hasta mi alcoba. -Qué rubor, si me viera mi aya.- pensé dentro del sueño. Nos acomodamos en sendos orejeros con un té hirviente que ingerimos hasta los posos, mientras el cálido diálogo con este elegante caballero acabó en confidencias dispares, y proyectos que atravesaban lo onírico, llegando a acordar día y hora para nuestro encuentro real.
Sin embargo, conforme avanzaba el sueño, Octavio iba como perdiendo nitidez, como si su cuerpo desapareciera a soplos. A cada palabra que salía de mi boca, él menguaba como globo accidentado. Al final me pareció un mequetrefe, una suerte de huesos cosidos por una piel flácida y sin ritmo, sin verso ni beso que acoger. Sentí una lástima profunda. Más cuando ya, en los mismísimos albores óseos, me declaró su premura porque le jurase amor eterno. La pena me llevó hasta tal juramento, después del cual, Octavio pasó a ser tan solo aire y recuerdo. Este que narro, este amor atropellado por la radiografía de la realidad donde puede apreciarse que incrustado en su corazón, una T mayúscula le impedía el retorno de la vida.
Como bien dice la historia en su principio, existe, no empero, un segundo sueño, pero este pertenece a un futuro anterior.
Vaya Ángeles!!
ResponderEliminarMe encanta como has llevado la historia, y ese final abierto a un futuro anterior me sugieren muchas cosas... ese pasado futuro...
muy bueno!
Abrazos!!
Veo que sigues recorriendo el camino inefable del que habla cierto Prologus y que conduce a nomeacuerdodonde.
ResponderEliminarY... desde ahí, ¿Se ve el final de algo?
Besos prologados.
Espero leer pronto el futuro anterior.
ResponderEliminarSaludos desde el aire
Vaya historias nos cuentas, Ángeles.
ResponderEliminarGenial
¿Y para cuándo esa segunda parte? Espero que no sea para ayer.
ResponderEliminarOctavio puede atacar como un huracán, mejor me resguardo.
ResponderEliminarBlogsaludos
Sí que es dispar, sí y me quedo esperando ese futuro anterior.
ResponderEliminarBesos
Pues doy fe que ansiosos esperamos el primer cuento, para mayor comprensión de sus suertes.
ResponderEliminarBello, a pesar del enamoramiento efímero y el juramento forzado. Saludos.
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