Siempre hemos creído que lo que nos envejece es el tiempo, su paso, su discurso de sabio. Sin embargo, desde que llegamos al pueblo y observamos cómo siguen bullendo, entre casones y alamedas, personas con edades desacompasadas hemos cambiado radicalmente de opinión. El tiempo no envejece, no. Y si no miren a la anciana que juega en la plaza, en realidad es una niña de diez años, pero tras un disgusto, se desinfló de golpe y se arrugó sin más. También hay jóvenes que se lanzan a la vejez de manera temerosa, como Ernesto, un pintor de veintipocos años al que nadie le alabó nunca su arte, y optó por un envejecimiento rápido; se dejó caer en la tumbona y, como papiro al sol, se secó de la ilusión del vivir. Por no hablar del misterioso caso de la mujer bicentenaria que camina asida a un tacatá y a la cual aún no le ha salido el primer diente.
El tiempo no envejece somos nosotros y como tú dices a veces antes de tiempo...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Nos envejece lo que vivimos y lo que no vivimos. Siempre es bueno que pase el tiempo para echarle la culpa. Muy bien contado.
ResponderEliminarUn abrazo,
Maravilloso.
ResponderEliminarAl fin y al cabo, antes o después, lo único que mata es la vida.
A este paso, se le va a quedar a usted el perchero así. Hay sólo un motivo por el que no me lo llevo a "sugerencias...". Ya sabe usted cual es.
Realmente hermoso. Ferpecto. Lo nuestro es imposible. Pues eso.
Besos payasos.
Simplemente genial, Ángeles.
ResponderEliminarLas arrugas del alma no las produce el tiempo sino la actitud ante la vida.
Un abrazo admiradísimo.
Ángeles, estupenda crónica del pueblo, a la que logras insertar esos toques de realismo mágico, me encanta eso.
ResponderEliminarEsconde y muestra a la vez tu relato muchas verdades de la vida.
Un abrazo.
Un texto maravilloso, Ángeles. ¡Quién pudiera alisar las arrugas del alma!
ResponderEliminarUn abrazo.
Un relato empapado en realismo mágico, que circula por uno de los grandes misterios de la vida, en la que lo único seguro es la muerte. Lo que nos diferencia, al fin y al cabo, es cómo llegamos a ella.
ResponderEliminarSiento no poder usar mi perfil de blogger. Ignoro el porqué no me deja.
Un abrazo.
Hola Ángeles, me ha gustado mucho tu relato. Destacaría el título, profundo, revelador, brillante.
ResponderEliminarGracias por el relato. Un abrazo.
Me gusta el título y edades descompasadas.Así es, el tiempo envejece, pero más lo hacen los disgustos. Lo has contado muy bien.
ResponderEliminarAsí es, no es el tiempo, son las penas, desengaños y las tristezas de la vida. Hermosa manera de contarlo.
ResponderEliminarBesitos
A mis 357 años internos puedo afirmar que tienes toda la razón. Y encima lo escribes bello.
ResponderEliminarHola Ángeles,
ResponderEliminarPrecioso cuento, como otros ya han comentado, iluminado por un aura de realismo mágico. Profunda verdad la que nos sugiere y nos muestra, como las experiencias por las que pasamos tienen más peso que el tiempo sobre la vejez de nuestra alma y nuestro corazón.
Un aplauso relleno de besos.
Ignacio.
Precioso, y tan verdad que asusta... la mejor la anciana con el tacatá y el diente que no termina de salir. Quiero tus gafas para mirar la realidad.
ResponderEliminarAbrazos
Un texto genial, Angeles.
ResponderEliminarCuán importante es nuestra actitud ante la vida.
Un beso.
Muy bueno. Lúcidas observaciones en este micro que hablan de la realidad que no vemos.
ResponderEliminarUn abrazo, Ángeles.
Llego tarde, aunque quizás no importe porque el tiempo es relativo, siempre lo es. Así lo refleja tu micro. A veces se envejece de golpe y otras se deja de cumplir. Me ha encantado.
ResponderEliminarsaludillos atemporales